
En las calles de Tarija, entre el murmullo de la gente y el olor a pan recién horneado, hay un nombre que se repite hoy con tristeza: padre Alessandro Fiorina. El sacerdote italiano, que llegó a Bolivia hace décadas y dedicó más de veinte años a rescatar a personas hundidas en el alcohol y las drogas, ha partido. Y con él, se va una parte de la historia más humana de esta ciudad.